
A las siete de la mañana, el aeropuerto de A Coruña parecía más una estación de autobuses con insomnio que una puerta al mundo. Yo, con mi maleta de cabina rígida azul claro —a la que todavía no llamaba Fidela—, llegué con esa falsa sensación de control que te da el haber preparado la mochila de cabina “la noche anterior” (entiéndase: a las dos de la madrugada, con la cafetera aún humeante).
El plan era sencillo: vuelo a Madrid, enlace rápido y destino final para unos días de desconexión. En mi cabeza, todo encajaba como un tetris perfecto. En la realidad, mi “equipaje ligero” pesaba como si llevara dentro una pequeña reserva estratégica de latas de mejillones (que, en efecto, llevaba).
Mientras avanzaba hacia el mostrador de seguridad, vi algo que no reconocía: una etiqueta vieja, descolorida, pegada al lateral de la maleta. “AC·1978”. No era mía. Ni siquiera sabía de dónde había salido. La arranqué con un gesto rápido, como quien se quita un chicle de la suela, y la tiré a la papelera más cercana. Fue mi primer error del día.
En la cola del control, intenté aparentar que sabía lo que hacía. Colocar la maleta, la mochila, el cinturón, las monedas… todo según el manual imaginario que uno se inventa para no quedar como un novato. Pero al llegar mi turno, el agente me miró con esa expresión neutra de “hoy voy a fastidiarte, pero con cariño institucional”.
—Señor, ¿puede abrir la maleta? —preguntó.
—Claro… —dije, y aquí vino el problema: no recordaba la combinación del candado. Lo había cambiado “por seguridad” dos días antes y, como siempre, había confiado en mi prodigiosa memoria de pez.
Cinco intentos después, la fila detrás de mí ya resoplaba en estéreo. Yo sudaba. El agente también, pero por aburrimiento. En un acto desesperado, marqué la fecha de nacimiento de mi tío Paco. Click. Abierta.
Dentro, todo estaba meticulosamente desordenado: ropa enrollada como croquetas blandas, una guía de viaje en gallego (por si acaso) y, sí, la lata de mejillones envuelta en calcetines. El agente revisó, asintió y, con una media sonrisa que no auguraba nada bueno, me dejó pasar.
Pensé que lo peor había pasado. No sabía que, mientras me calzaba de nuevo, la dichosa etiqueta “AC·1978” ya había reaparecido, milagrosamente adherida al asa telescópica. Juraría que me guiñó el ojo.
Con el tiempo justo, avancé hacia la puerta de embarque. Y ahí cometí mi segundo error: vi una cafetería. En mi defensa, el cartel de “Café + tostada” me pareció más urgente que la voz metálica que anunciaba “última llamada” a un vuelo que, supuestamente, no era el mío.
No sé si fue el café o el azúcar, pero de pronto vi cómo todo el mundo en la sala de espera recogía sus cosas y se marchaba. Miré el billete: era mi vuelo. Salí disparado, con Fidela tambaleándose a mi lado y los mejillones haciendo “cloc cloc” en su interior.
Llegué a la puerta cuando la azafata ya estaba cerrando el embarque. Me miró, miró la maleta y, sin decir nada, me dejó pasar. Luego supe que se llamaba Lola y que no era la última vez que nos veríamos.
Dentro del avión, mientras buscaba mi asiento, intenté encajar la maleta en el compartimento superior. No cabía. Empujé, giré, recé mentalmente… y finalmente la encajé de lado, ignorando las leyes de la física y de la aerolínea. Me senté, exhausto, con la certeza de que, si mi viaje había empezado así, lo que venía sería una sucesión de pequeñas derrotas logísticas.
Pero también, aunque no lo sabía aún, sería una serie de victorias raras: esas que consisten en no perder del todo.
Y así, con el cinturón de seguridad abrochado y el sonido del motor rugiendo, me despedí mentalmente de A Coruña. No sabía que esa vieja etiqueta —la que otra vez colgaba de Fidela como si fuera suya de toda la vida— acabaría marcando el rumbo de mi viaje.
📦 CONSEJO DE VIAJERO
Antes de tu primer vuelo con maleta de cabina, haz una lista corta de imprescindibles: documentación, cargador, muda, algo de abrigo y cualquier objeto valioso que no quieras facturar. Prueba la maleta en casa: abre, cierra, coloca candado, y asegúrate de recordar la combinación (apúntala en un sitio seguro). Te ahorrará sudores y miradas asesinas en el control de seguridad.
Nota: ¿Cansado de que tu equipaje sufra? Pásate a una maleta de cabina rígida y viaja sin preocupaciones (por lo menos preocupaciones con la maleta)
🧳 Generado con IA y revisado con mimo, como quien prepara una maleta antes de viajar.